viernes, 7 de septiembre de 2018

Viejo molino de campo
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Según la definición del “Diccionario criollo” de Tito Saubidet, el molino es “un aparato que acciona por la sola fuerza del viento y se utiliza para extraer agua de un pozo por medio de una bomba que éste hace funcionar”.

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Según la definición del “Diccionario criollo” de Tito Saubidet, el molino es “un aparato que acciona por la sola fuerza del viento y se utiliza para extraer agua de un pozo por medio de una bomba que éste hace funcionar”.

Se registra que “fue un tal Daniel Halladay quien desarrolló un mecanismo de autogobierno que se orienta según la dirección del viento, moviendo un conjunto de múltiples aspas inclinadas que recrean la forma de una margarita de chapa, comenzando su fabricación en el año 1854, con gran éxito de ventas pues resultó un invento revolucionario”.

“Este artefacto llegó a Buenos Aires en 1880 por iniciativa de Miguel Nicolás Lanús, quien era propietario de una casa importadora de maquinaria rural, en sociedad, y aquí está el dato curioso, con el padre del poeta y orador Belisario Roldán”.

Según se cuenta los primeros molinos eran de madera hasta que aparecen los metálicos que los reemplazan y completando el beneficio se agrega en 1901 el tanque australiano como un complemento de gran utilidad.

Los desperfectos que podían sufrir los molinos eran de los más variados. Según los expertos, la bomba es el mecanismo encargado de extraer el agua desde las profundidades e impulsarla hacia la superficie del terreno. Según cuenta el escritor Jorge Balbuena, “Está ubicada apenas sobre el nivel del líquido, es decir a 60 o 70 metros de hondura. Cuando el molino está girando por el viento que mueve sus aletas o aspas y pese a ello ‘no saca agua’, es evidente que algo no está funcionando bien. Y para averiguar qué es ese algo no queda otra alternativa que bajar para ver de qué se trata”.

Los molinos son típicos en todo el campo argentino y cumplen la noble función de extraer al agua de las profundidades para que pueda beber el ganado y también para los cultivos, pero sobre todo el ganado bovino que necesita mucha agua.

Ha sido glosado por muchos poetas y escritores porque ya forma parte del paisaje rural y es infaltable en las estancias argentinas.

Baldomero Fernández Moreno, el delicado poeta de los 60 balcones, utilizó para definir al molino una exquisita metáfora comparándolo con una humilde flor del campo, dejando en la brevedad de tres versos todo un paisaje típico: “Ocre y abierto en huellas, el camino/ separa opacamente los sembrados.../ Lejos, la margarita de un molino”. Y todo es sugerencia para el lector atento.

También la musa del poeta se inspiró para dedicarle un poema titulado justamente “Molinos”, donde se pregunta: “¿Quién habrá hecho esta siembra/ por la campaña,/ de estas flores de hierro/ altas que giran?”.

Hay, por cierto, molinos de varias marcas y calidades, pero el ingenio popular encarnado en los jugadores del truco, o sea de los “cartones pintados”, que glosa en uno de sus ensayos Jorge Luis Borges, me permito rescatar esta hermosa cuarteta: “Alambrado de siete hilos/ poste de ñandubay/ molino Marca ‘Guanaco’/ y una flor del Paraguay”.

Entre los fabricados en la Argentina se destacan los de la marca “Hércules”, cuya fábrica les agregaba los adornos que los clientes le solicitaban, incluidas escaleras de caracol de hierro y con barandas.

Sobre ellos el poeta chileno Vicente Huidobro escribió: “El viento más que un asno es paciente/ gira que gira/ molino que mueles las horas/ molino de la muerte molino de la vida/ mueles los instantes como un reloj/ molino de la melancolía/ harina del tiempo que pondrá nuestros cabellos blancos/ molino gira que gira”.