lunes, 27 de abril de 2020

ESPAÑA

La tierra agrícola necesita descansar

ambientum.com

Paulino Martín, agricultor de 71 años en Fuente el Saúz (Ávila), recuerda cuando el pueblo diversificaba las producciones, de cereales a forrajes, pasando por leguminosas para alimentación de sus cabañas ganaderas y para la alimentación humana. El objetivo, sobre todo, era dejar descansar la tierra.



“Ahora estamos abusando de ella, la estamos forzando a producir año tras año a base de abonos minerales y se va a volver contra nosotros”, señala. “Los agricultores sabíamos mejor que nadie qué tierra debía descansar como barbecho o leguminosa para así lograr buenas cosechas y, además, ahorrar en abonos”.

Diferentes foros coinciden en que aproximadamente un 40% de los suelos ya están degradados. En el caso de España, el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) estima que un 75% del territorio ya es susceptible de desertificación y que un 20% ya sufre este problema.

Cada año, como consecuencia de la erosión provocada por el viento y por la lluvia, se pierde una media de 30 toneladas de tierra por hectárea, según los datos recogidos en el Mapa de Aridez en España del Programa de Acción Nacional contra la desertización del Ministerio de Agricultura. 
Estudios de la Organización Mundial para la Agricultura (FAO) señalan que aumentar un centímetro el grosor de tierra puede tardar 1.000 años.

Tierra

Como consecuencia de un excesivo laboreo, del abuso de monocultivos o de fertilizantes, la materia orgánica se halla por debajo del 2%; hay un riesgo de mineralización de los suelos; una excesiva compactación de la tierra; más salinización, acidificación y, en definitiva, un agotamiento y fatiga de los mismos por unas prácticas insostenibles. Todo ello supone un atentado contra la salud del suelo, pero, además, un riesgo para la propia alimentación humana ante una población en expansión.

Frente a este escenario, un preparador de baloncesto pediría un tiempo muerto para tratar de modificar la estrategia en la utilización de la tierra.

Desde la Asociación Española de Agricultura de Conservación Suelos Vivos, AEAC-SV, su director, Emilio González, reclama un cambio en el modelo de gestión de los suelos: el laboreo mínimo o no laboreo, no voltear la tierra, dejar en el suelo restos de la cosecha como materia orgánica frenando así la erosión y sujetando el agua en la tierra, una mayor rotación de los cultivos, más superficies de barbecho, aumento de cultivos de leguminosas fijadores de nitrógeno y, en definitiva, dar un descanso a una tierra que está dando ya síntomas de fatiga.

Para acceder a las ayudas de la actual Política Agrícola Común y, sobre todo, la que se avecina, la Unión Europea contempla medidas más duras como la obligación de dejar un 5% de tierra de barbecho cuando la superficie de cultivo supere las 15 hectáreas; las rotaciones y diversificación de cultivos a partir de las 10 hectáreas de forma progresiva, y la obligación de la siembra de cultivos fijadores de nitrógeno con leguminosas como lentejas, guisantes, alholvas, vezas o yeros que, en el caso de España, en muchas zonas donde era habituales prácticamente han desaparecido.

Decisión voluntaria

Bruselas pide algo que antaño era una decisión voluntaria del propio agricultor, que conocía mejor que nadie las posibilidades de cada parcela.

“Ahora se siembra año sí y año también, cumpliendo las exigencias comunitarias de superficie de abandonos. Tratamos de cuidar la tierra porque es nuestro patrimonio, a partir de análisis de suelos y usando las tecnologías más modernas para dar a cada parcela las dosis justas en volumen y del nutriente que necesita”, señala Edu Ausin, uno de los pocos jóvenes en Mazuela, Burgos.

Raul Torrego, de Aldehorno, en Segovia, recuerda las sementeras cuando se vaciaban de basura corrales y tenadas para abonar los campos. Hoy casi no quedan esas basuras y se usan purines de las granjas de cerdos con la obligación de infiltrarlos en la tierra; abonos positivos, pero peligrosos por el riesgo de perjudicar la tierra y contaminar los acuíferos.

La AEAC-SV trabaja en distintos proyectos como el Life Agromitiga o Mosoex (Aumento de materia orgánica, gestión sostenible de sistemas extensivos), financiado por el Ministerio de Agricultura.

Este último pretende impulsar y divulgar un modelo innovador de gestión de los suelos que permita aumentar el contenido en carbono, luchar contra la erosión y la degradación, la reducción de emisiones de gases efecto invernadero y, en definitiva, dar una nueva vida para una tierra que se agotaba mejorando su fertilidad.

lunes, 13 de abril de 2020

Cambio climático: ¿futura pandemia global?
ecoticias.com

Paradoja de Jevons o efecto rebote: El aumento de la eficiencia con la que se usa un recurso no disminuye su consumo, sino que lo aumenta.

Cambio climático: ¿futura pandemia global?

En el mundo de la información, esta paradoja deriva en que, a medida que disponemos de medios más eficientes para transmitir información, como el correo electrónico o Twitter, no pasamos menos tiempo transmitiendo información, sino al contrario.

Otro ejemplo de esta paradoja lo encontramos en el sector energético: a medida que somos más eficientes, el número de personas abastecidas energéticamente aumenta, pero esto puede resultar en un incremento del consumo total de energía.

En resumidas cuentas, aunque parezca que ciertas acciones nos acercan a un objetivo en concreto, en realidad nos están alejando de este. Esta paradoja nos ayuda a comprender la relación entre la crisis del coronavirus y la crisis climática.

Durante los últimos días, múltiples medios de comunicación han destacado los efectos positivos sobre la naturaleza del actual confinamiento, como la reducción de emisiones de contaminantes o la presencia de animales en nuestras calles. Sin embargo, los expertos advierten de que no se trata más que de un espejismo.

La creciente pureza del aire no significa que se le esté poniendo freno al calentamiento global, ya que mientras que la polución del aire tiene una vida muy corta (en cuanto la gente deja de conducir, las emisiones bajan), los gases de efecto invernadero tienen una vida más larga. De hecho, en la atmósfera hay acumuladas grandes cantidades de dióxido de carbono desde la Revolución Industrial de mediados del siglo XVIII.

Las crisis, por tanto, no son sinónimo de sostenibilidad medioambiental. Un ejemplo claro es la Gran Recesión de 2008: por aquel entonces, se apreció una reducción mundial del 1% en las emisiones de dióxido de carbono. Estas, sin embargo, se recuperaron al año siguiente y su crecimiento durante los dos próximos años fue excepcionalmente alto.

¿Se podría utilizar la pandemia actual como palanca de cambio para transformar nuestra sociedad en un sistema medioambientalmente sostenible? La incertidumbre es máxima y hay opiniones para todos los gustos; sin embargo, no debemos olvidar que la base de nuestra sociedad seguirá siendo la misma: total y absoluta dependencia en el crecimiento económico y una falta de conciencia medioambiental alarmante.




De hecho, la necesaria reactivación económica a través de paquetes de estímulo y distintas medidas durante los próximos meses podrían causar la denominada polución vengativa: inversiones en carbón, petróleo y las mismas industrias pesadas que en las pasadas décadas dieron tanto éxito económico a costa del medio ambiente.

Además, la gran caída del precio del petróleo en los últimos meses – hasta niveles que no se veían desde 1991 en plena Guerra del Golfo – hacen del crudo un elemento muy atractivo para impulsar la economía post-coronavirus. El problema, claro está, son los archiconocidos efectos negativos que este tiene en el clima y medio ambiente – y, por ende, en nuestra economía.

En este momento, surge la siguiente pregunta: ¿por qué algunas crisis, como la del coronavirus, se abordan de manera instantánea, eficaz y conjunta, mientras que otras, como la crisis climática, cuestan más asimilarlas y tomar medidas al respecto? Una posible respuesta se basa en que la sociedad percibe la crisis del coronavirus como un problema muy cercano y de urgencia extrema – su impacto se puede ver y palpar –, donde los cambios de comportamiento que están teniendo las personas tienen efectos positivos inmediatos, y los sacrificios asociados al confinamiento serán simplemente temporales.

Además, la colaboración internacional, aunque muy importante, no es condición sine qua non para tomar medidas a nivel nacional.

Con la crisis climática, en cambio, ocurre lo contrario: todo parece muy complejo y lejano, los cambios de comportamiento personales puede que no tengan un efecto positivo inmediato – ya que los resultados positivos se verán a medio y largo plazo –, los sacrificios de las personas no serían temporales, y se requerirá de transformaciones importantes en nuestro estilo de vida.

Por último, la colaboración internacional – junto con la complejidad y dificultad que ello conlleva – se hace indispensable para abordar el reto climático.

La crisis del coronavirus es la prioridad global número uno y el compromiso adquirido por la sociedad está siendo encomiable. Al mismo tiempo, el cambio climático, según el último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático, pone en riesgo la vida de centenas de miles de personas cada año.

Precisamente ahora, los gobiernos están recibiendo críticas por no haber actuado a tiempo ante la pandemia del coronavirus. ¿No sería conveniente evitar tropezar con la misma piedra y anticiparnos a las consecuencias de una nueva crisis? Por ello, nuestro reto debe ser trasladar al desafío del cambio climático un sentido de urgencia parecido al de la pandemia actual. Y, todo esto, mientras nos recuperamos económica, social y psicológicamente de una crisis sin precedentes.

Que no es poco.

Autor: http://julengonzalezredin.com/

Julen González Redín Doctor en Desarrollo Sostenible y Medio Ambiente



viernes, 10 de abril de 2020

Los bosques maduros ya no pueden absorber más carbono de la atmósfera
ecoticias.com

A pesar de que aumente el dióxido de carbono en la atmósfera, los bosques maduros, limitados en nutrientes, no lo absorberán, según un nuevo estudio. Los árboles adultos no solo no acumularán más carbono, sino que lo devolverán a la atmósfera.

Los bosques maduros ya no pueden absorber más carbono de la atmósfera

Una mayor cantidad de CO2 en la atmósfera no implica invariablemente una mayor captación de carbono por parte de los árboles, compensando así parte del aumento de dióxido de carbono que producimos en la Tierra, contrariamente a lo que se pensaba hasta ahora. Así lo demuestra un estudio publicado en la revista Nature, que revela dónde irá realmente ese CO 2 de más que van a recibir nuestros bosques maduros.

El equipo internacional, liderado por el Instituto para el Medioambiente de la Universidad Western Sydney en Hawkesbury (Australia) y que ha contado con participación española, realizó un experimento en un bosque nativo de eucaliptos en Australia, aumentando de manera artificial la cantidad de CO2 que suele recibir.

Se incrementó en concreto la concentración en 150 partes por millón, lo que corresponde a un aumento del 38 % por encima de las 400 partes por millón de la atmósfera actual. Tras este aumento del CO 2 los científicos monitorizaron el destino de ese carbono dentro del bosque de eucaliptos.

Los resultados mostraron que las plantaciones forestales en crecimiento y con fertilización secuestran más dióxido de carbono para obtener un crecimiento más rápido de los árboles jóvenes. Sin embargo, los efectos no son tan positivos cuando el experimento se lleva a cabo en bosques maduros.

En árboles adultos, este aumento experimental del CO 2 no se vio reflejado en un mayor crecimiento ni en una mayor acumulación en los árboles o en el suelo, en forma de materia orgánica, por ejemplo. Lo que sí aumentó fue la “respiración” del propio suelo, lo que resultó en una mayor liberación del carbono captado o acumulado previamente.

“Un aumento del CO2 atmosférico no tiene por qué resultar en una mayor acumulación de carbono en las plantas o en el suelo. Incluso, podría pasar que al acelerarse la actividad de las comunidades del suelo debido a un mayor aporte de azúcares por parte de las plantas se liberara parte del carbono acumulado en el ecosistema”, explica Raúl Ochoa-Hueso, investigador Ramón y Cajal de la Universidad de Cádiz y uno de los autores de esta investigación.

Junto a él, han participado Teresa E. Gimeno del Centro Vasco de Cambio Climático y del Ikerbasque y Juan Piñeiro de la Universidad de West Virginia.


Cómo respira el suelo

La respiración del suelo es la suma de lo que respiran todos los animales, plantas, hongos y bacterias, entre otros. Muchos de estos organismos viven directa o indirectamente de la descomposición de la materia orgánica del suelo así como de los aportes de azúcares que liberan las raíces de las plantas.

La función de estos azúcares es favorecer el crecimiento y la actividad de microorganismos que contribuyen a liberar del suelo nutrientes que son esenciales para las plantas, como el fósforo o el nitrógeno. Estos procesos de descomposición de materia orgánica y respiración de azúcares liberan CO 2 a la atmósfera.

“La exposición a largo plazo a elevados niveles de dióxido de carbono solo puede aumentar el almacenamiento de carbono en ecosistemas con árboles jóvenes o suelos muy fértiles”, subraya Mingkai Jiang, autor principal del trabajo e investigador en la universidad australiana.

En la actualidad solo dependemos de bosques maduros para absorber parte del dióxido de carbono adicional que estamos emitiendo. “Nuestros hallazgos sugieren que tenemos incluso menos tiempo del que pensamos para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero”, apunta Jiang.

Aunque los bosques maduros sean importantes reservorio de carbono a nivel global, los resultados de este estudio confirman que “la principal estrategia para limitar el calentamiento de la Tierra, dentro de los objetivos previstos en el Acuerdo de París, debe ser la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera”, concluye Ochoa-Hueso.
Referencia:

Mingkai Jiang et al. “The fate of carbon in a mature forest under carbon dioxide enrichment” Nature 8 de abril de 2020

Fuente: Agencia Sinc