miércoles, 11 de noviembre de 2015

Voces de Epecuén, el pueblo fantasma que resurge de las aguas
Por Mercedes Noriega | perfil.com

Era un gran destino turístico. Hoy el agua perdió su fuerza invasora y deja un panorama desolador. Testimonios de sus habitantes a 30 años del drama.
Turismo hoy a orillas del lago Epecuén. Primer playa considerada eco sustentable en la provincia de Buenos Aires por tener una bomba solar sumergible para extracción de agua, paneles solares y  baterías recargables solares. Su laguna cuenta con 280 gramos de sal por cada litro de agua, conservando así sus propiedades naturales. Foto: Mercedes Noriega
Turismo hoy a orillas del lago Epecuén. Primer playa considerada eco sustentable en la provincia de Buenos Aires por tener una bomba solar sumergible para extracción de agua, paneles solares y baterías recargables solares. Su laguna cuenta con 280 gramos de sal por cada litro de agua, conservando así sus propiedades naturales. Foto: Mercedes Noriega
Por años sumergida, Villa Epecuén emerge como una nueva Atlantis mítica del siglo XXI. Hileras de árboles secos, muertos de pie, custodian la entrada a esta villa hoy fantasmal. En medio de debates sobre el cambio climático, se cumple este 10 de noviembre el trigésimo aniversario del día en que la naturaleza se impuso por sobre el ser humano en este pueblo ubicado a 520 kilómetros de la Capital Federal.
Sin embargo, los años no pasaron en vano: la fuerza invasora parece haberse cansado y las aguas empezaron a retroceder. Con esta retirada y muy de a poco, comenzó a reaparecer lo que queda de un pueblo muy golpeado por la batalla. Un paisaje de ruinas fascinantes y al mismo tiempo deprimentes que atrapan los sentidos; misteriosos hoteles llenos de escaleras sin destino que invitan a contemplar este desierto de escombros en donde la realidad se cruza con un cuadro de Dalí.
Unos pocos turistas intrépidos caminan por sus calles vacías y se sorprenden al encontrar algún azulejo en buen estado o un detalle que da muestra de la vida que una vez tuvo este lugar. Los marcos de las puertas de madera aún en pie e imponentes nos recuerdan que ese espacio fue, en otro tiempo, un hogar. Esqueletos oxidados de autos, bañeras y camas se ven abandonados en los caminos. El paisaje es único y desolador, no hay señales de que el tiempo haya transcurrido.
La fama de Villa Epecuén no comenzó con la inundación; la historia de este pueblo empezó mucho antes, cuando a fines del siglo XIX se descubrieron las propiedades curativas milagrosas de las aguas de la laguna Epecuén. Estas propiedades fueron las que la llevaron a convertirse en un célebre centro turístico durante el siglo xx, visitado por personas que buscaban en su alta carga mineral la cura para enfermedades como la psoriasis, la dermatitis, la artrosis, la artritis, alergias, afecciones reumáticas, lumbalgias, y para la depresión, el insomnio y el estrés.
La gente llegaba en diligencias y acampaba a sus orillas con la esperanza de curarse. Tal es así que en la década del 20 se comenzó a construir el pueblo llamado Mar de Epecuén a orillas del agua cristalina, con el fin de brindar servicios a los turistas que llegaban para flotar en las aguas saladas de la laguna. Esta continua expansión trajo consigo tres ferrocarriles, hoteles de alta categoría y enormes residencias privadas. Se instalaron empresas extractoras de sal y fábricas de jabones y barros curativos. Para 1930 el pueblo ya contaba con un colegio y una iglesia.
Villa Epecuén llegó a disponer de 5.000 plazas estables para dormir, repartidas en 280 establecimientos, entre hospedajes, pensiones y departamentos. Se dice que pudo recibir a 25.000 turistas por temporada estival en sus años de esplendor, entre 1960 y 1970. Su población estable en aquel momento era de 1.500 habitantes, que vivían casi todo el año de lo recaudado durante el verano.
Clotilde Jourdain es posiblemente una de las turistas más fieles que la villa haya tenido. Hoy, con sus 81 años, continúa veraneando todos los eneros en Carhué, el pueblo más cercano a las ruinas de Villa Epecuén. “Comencé a visitar Villa Epecuén en 1973. Empezamos a ir porque uno de mis hijos tenía sinusitis y fuimos a muchos médicos y no se la podían curar, hasta que un cliente nos recomendó ir al lago Epecuén. Estuvo 15 días y el agua lo curó. Nunca más tuvo sinusitis. Y ahí empezamos a venir todos los años. Teníamos un motor home y parábamos en el camping por 21 días. Yo siempre andaba con un pañuelo en la cabeza porque los chicos jugaban en el agua y se limpiaban la sal que entraba a sus ojos con mi pañuelo. Mi marido también sufrió un momento de depresión y lo salvamos acá. También he visto gente entrar con muletas y a la semana salir caminando”.
Las condiciones naturales que hicieron de Epecuén un exitoso destino turístico contribuyeron en parte a su trágica historia. La ubicación de laguna como sexta y última de las lagunas encadenadas del Oeste implica también que sea el receptáculo final de toda el agua de lluvias, arroyos, arrastres hídricos y napas; y al ser parte de una cuenca sin salida al mar, sus niveles de agua solo disminuyen por evaporación o por absorción del suelo.
Para Gastón Partarrieu, historiador y director del museo regional Adolfo Alsina en Carhué, “la historia de Epecuén es toda una cuestión de ciclos favorables y desfavorables de lluvias. En los años 30, a los diez años de haber creado el primer balneario al lado de la laguna, la gente ya reclamaba agua porque la laguna se estaba evaporando, y sin lluvias, el agua se alejaba. En ese momento se limpiaron y canalizaron arroyos para mantener el caudal de la laguna”.
En los años 70, el pueblo comenzó a vivir una segunda etapa de esplendor turístico con la creación de un complejo con una gran pileta de agua dulce, vestuarios, duchas y confiterías que atrajo a gente de todo el país, pero los problemas de sequía persistían y se debió construir un terraplén para mantener las aguas curativas más cerca del turista. En los 80 comenzó un período de lluvias jamás visto desde la década del 20. El caudal de agua crecía entre 50 y 60 centímetros por año. Estas lluvias afectaron toda la región: provocaron miles de evacuaciones y un gran deterioro en la economía regional. Dada su ubicación en el lado más bajo de la cuenca endorreica, el agua de la laguna de Epecuén amenazaba con rebasar el terraplén construido para proteger a su pueblo. El terraplén llegó a tener entre 3 y 4 metros de alto en 1984, y estaba a la altura de los techos de las casas, pero no fue suficiente para evitar la embestida del agua.