martes, 16 de agosto de 2016

ARGENTINA

Buscan proteger el hábitat de los flamencos en Campo Andino
ellitoral.com

Durante el invierno, los observadores de aves contaron entre 4.000 y 6.000 flamencos rosados en las lagunas cercanas a este pequeño pueblo. También hay especies hermosas como la espátula rosada y el cisne de cuello negro, entre otras. Analizan cómo preservar un ecosistema muy valioso.

En los humedales de Campo Andino se juntan miles de flamencos. Vienen desde la cordillera, entre otras regiones, a pasar el invierno. Juan Muñoz de Toro / COA Santa Fe Sirindá
Foto:Juan Muñoz de Toro / COA Santa Fe Sirindá
En los humedales de Campo Andino se juntan miles de flamencos. Vienen desde la cordillera, entre otras regiones, a pasar el invierno.


Hay gente que hace 1.500 kilómetros y sube a 4.000 metros de altura para ver de cerca, en las ventosas lagunas salinas de la Cordillera de los Andes —por ejemplo en Laguna Brava en La Rioja—, a los mismos flamencos rosados que están “pasando el invierno” en los humedales cercanos a Campo Andino, unos 50 kilómetros al norte de la ciudad de Santa Fe.

Los observadores de aves, que quieren proteger este ecosistema que forma parte de la laguna San Pedro —al norte de la Setúbal—, llegaron a contar más de 6.000 flamencos en un solo día y es habitual que vean miles de ejemplares de un ave elegante en vuelo y también cuando se posa con sus interminables patas en el agua o en el barro de la laguna, en donde se alimenta de crustáceos y algas.

Desde los tiempos del conquistador Juan de Garay, que tuvo uno de sus primeros campos de cría de ganado “cimarrón” aquí, la zona se conoce como Añapiré. “Es una palabra de aparente origen guaraní que significa piel o cáscara (piré) de diablo (aña). Si Añapiré se escribiera con y en lugar de i (Añapyré) sería dentro del diablo”, explicó Gaspar Borra, integrante del Club de Observadores de Aves (COA) Santa Fe Sirindá, en una entrevista con El Litoral.




Hoy pasear hacia Añapiré —se pueden tomar caminos de tierra en Arroyo Aguiar o Laguna Paiva— supone hacer la transición desde un típico camino rural a lo que podría ser un “santuario” para observar miles de aves. Cuando se dobla hacia la laguna después de Campo Andino, aparecen flamencos australes y también espátulas rosadas, cisnes de cuello negro y coscorobas, entre otras especies (la concentración de aves depende del horario y los que madrugan suelen tener su premio). También hay muchos cartuchos, un indicio de que hay gente que disfruta aniquilando lo que para otros es un inesperado paraíso.

“Creemos que el relativo aislamiento del lugar, porque solo se llega por caminos de tierra, ha contribuido a que los flamencos elijan pasar el invierno en Añapiré, pero es necesario proteger este espacio y estamos trabajando para certificar que es un Área Importante de Conservación de Aves (Aica), un paso clave para avanzar hacia una posible reserva”, contó Borra, que vino a El Litoral junto a Claudia Gottig, que también es integrante del COA Santa Fe.


Una oportunidad

La protección de esta zona no solo debería ser una prioridad en una provincia que protege muy pocos espacios naturales y que genera enormes recursos por la competitividad de su agroindustria, también representa una oportunidad para la gente de Campo Andino y de las localidades cercanas.

Los programas de turismo sostenible, articulados con las cabañas del corredor costero de la ruta 1 —que está conectado por la ruta 62S— y el resto de la oferta turística de Santa Fe abren muchas posibilidades para atraer turistas, que un día pueden ir a fotografiar y observar aves a Campo Andino, otro visitar los tambos y queserías de La Ruta de la Leche y otro dedicarlo a recorrer las arroyos y lagunas de la cuenca del Paraná. “La forma en que el turismo ecológico cambio el pueblo de Carlos Pellegrini en Los Esteros del Iberá (Corrientes) es un buen ejemplo del desarrollo que pueden generar estas iniciativas”, destacó Borra.

Es un eje que también pueden utilizar las escuelas de la zona y así generar la conciencia ambiental y la educación que es clave para cambiar “la gomera” —que luego puede ser la mira de la escopeta— por los binoculares y la cámara fotográfica. Un paso que también se da cuando alguien se da el tiempo para mirar en detalle un pájaro con el lente de una cámara o un largavista (hay más de 380 especies en la provincia) y descubrir un mundo que fascina a millones de personas en todo el mundo.

El desafío, además, es que en caso de avanzar con la protección de esta zona —un proceso que puede llevar varios años— luego no se convierta en una “reserva de papel”, como sucede en tantos espacios naturales supuestamente preservados —en la provincia y en el país—, que no cuentan con guardiaparques, controles efectivos ni programas de aprovechamiento sustentables.


La historia de Añapiré

En un artículo que escribió hace algunos años, Gaspar Borra, miembro del COA Santa Fe Sirindá, recopiló la historia de los campos cercanos a Campo Andino, una zona que se conoce como Añapiré. Lo hizo a partir de documentos del Archivo General de la Provincia de Santa Fe, libros de Bernardo Aleman, Federico Cervera, Agustín Zapata Gollán y Jorge Reynoso Aldao, entre otros.

Borra recuerda que en Añapiré, por donde está convencido que pasaba el Camino Real hacia Córdoba y Santiago del Estero, estuvo uno de los primeros campos de cría y pastoreo para el ganado cimarrón y las caballadas del fundador de Santa Fe Juan de Garay. Eran pastizales, montes de espinillos y humedales en los que se desparramaba la hacienda, con algunos corrales (los alambrados recién aparecieron en el siglo XIX). Para los pueblos aborígenes, eran lugares de caza y recolección.

Luego de la muerte de Garay, el campo pasó por varias manos y también fue una frontera caliente entre los malones y los pobladores de Santa Fe. Incluso a principios del siglo XVIII, se construyó el Fortín de Añapiré para contener a “la indiada”.

A mediados de la década de 1810, desde este fuerte el teniente Estanislao López encabezó la sublevación de Añapiré, con la Compañía de Blandengues, que provocó la caída del gobernador Tarragona.

Durante esos años turbulentos, hubo batallas en la zona y recién a fines del siglo XIX, con la llegada de los inmigrantes, se profundizó la explotación agropecuaria y se dividieron los campos de Añapiré entre distintos propietarios.

Los flamencos, que al final del otoño migran de las lagunas salinas de la cordillera a la laguna de Mar Chiquita y de Melincué, entre otras, comenzaron a llegar en los últimos años, y le dieron una nueva identidad a una zona con mucha historia.


En la Reserva del Oeste


Los miembros del Club de Observadores de Aves (COA) de Santa Fe también están participando del relevamiento de las especies que hay en los reservorios de la Circunvalación Oeste, en donde el municipio lleva adelante el proyecto de la Reserva del Oeste, con financiamiento francés. “Vamos una vez por mes, con acompañamiento de los equipos del municipio. Estamos investigando y registrando la cantidad y la variedad de aves que hay en la zona. Sabemos que en el Departamento La Capital hay 250 especies de aves”, contó Claudia Gottig, integrante del COA Santa Fe, en una entrevista con El Litoral.

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