viernes, 13 de octubre de 2017

ESPAÑA

Senderos de transición en agricultura
blogs.publico.es



Es un hecho que debemos disminuir nuestra desbocada huella ecológica. Nuestra actividad productiva es una de las causas de esa huella. Producir implica extraer recursos, transportarlos, transformarlos, distribuirlos, consumirlos y gestionar los residuos que se van generando de todos estos pasos. Desmaterializar la producción, como pretenden algunos economistas, para desligar el crecimiento económico, de recursos físicos, es en muchos casos imposible.

La producción de alimentos no se puede desmaterializar y es una actividad que se desarrolla en buena parte de la tierra emergida, según datos de la FAO, un 38 % de ésta. Este porcentaje incluye tanto pasto para producción animal, más del 60%, y lo que sería tierra cultivada, propiamente.

El paisaje agrario ha sido el fruto de una larga relación entre la humanidad y el territorio. Ese paisaje es la manifestación visible de un recurso de naturaleza híbrida que tiene un sustrato físico y otro eminentemente cultural y localizado. Este tipo de relación todavía existe y da de comer, al menos al 50% de los seres humanos, según estimaciones bastante contenidas.

Entraría dentro de la categoría de la agricultura de subsistencia. Una modalidad de agricultura que en nuestro marco europeo ya no existe. Nuestro modelo, de país rico, es resultado de los cambios   producidos a partir de mediados del pasado siglo y que generó la llamada revolución verde.

Esta revolución ha logrado incrementar la producción por superficie a costa del incremento significativo del uso de insumos como fertilizantes, fitosanitarios, energía, maquinaria y de la mejora genética. Es un modelo que ha acabado simplificando mucho la forma de producir alimentos. La producción se industrializa, deslocaliza, y se des-territorializa culturalmente.

El agricultor ya es empresario agrícola especializado en uno o muy pocos cultivos y el alimento pasa a ser un producto más que cotiza en mercados financieros. Este sistema encaja muy bien en el mercado y externaliza los costes ambientales que se traducen en un deterioro evidente de los agroecosistemas naturales porque se consume más energía física que la que contiene el alimento.

Podemos concluir, -excluyendo la agricultura de subsistencia, que aún se mantiene en muchos lugares- que hemos pasado de un modelo de producción de alimentos a otro de producción de mercancías comestibles”. Y es la reversión de esta situación la que debemos abordar con urgencia. Es realmente urgente invertir en una agricultura resiliente, clave para garantizar la soberanía alimentaria, especialmente por el importante rol que juega la agricultura en la mitigación y adaptación al cambio climático.

Los tres recursos más amenazados a nivel global por la actividad agrícola, son: agua, suelo y biodiversidad. En relación a ellos, unos apuntes:

Agua - Se debe ir a un consumo ajustado a la disponibilidad real. El principal consumidor, por encima del 70- 80 % de todo el consumo de agua, corresponde al regadío. A pesar de que muchas cuencas hidrográficas son deficitarias, el regadío sigue creciendo. Las modernizaciones de regadío, en general, no reducen el consumo. Ese consumo de agua por encima de las disponibilidades conlleva sobreexplotación y salinización de acuíferos, desecación de lagunas y zonas húmedas, pérdida de biodiversidad…

Suelo - Hay que tomar medidas para evitar las toneladas de tierra fértil que se pierden cada año por las prácticas de cultivo a suelo desnudo. Y pérdida de suelo fértil por el urbanismo. Esta pérdida por el urbanismo desaforado es aún más grave que la pérdida por erosión. Nuestro modelo de desarrollo y de ocupación del territorio ha supuesto la destrucción de muchas hectáreas de nuestros mejores suelos (Vegas, litoral). Entretanto, no existe una figura de protección para los suelos agrarios. Desde el punto de vista social, económico y medioambiental, es una aberración.

Pérdida de biodiversidad - Se ha perdido a lo largo del Siglo XX más del 90 % de la biodiversidad agrícola. En los años 60 y primeros 70, se localizaron 368 variedades de melones cultivadas en España. Hoy hay 10 o 12 variedades nada más. Se han perdido cientos de variedades de frutas, de hortalizas. Lo mismo con las razas ganaderas. Eso nos hace mucho más frágiles frente a incidencias como plagas, enfermedades o frente al cambio climático.

Asimismo, hay un problema en cuanto al crecimiento de la ciudad, y es que ha desplazado del suelo urbano la mayor parte de las actividades relacionadas con la Producción de Alimentos. Desde una perspectiva global, la producción de alimentos es uno de los retos que debemos afrontar en las dos próximas décadas según todos los informes FAO y publicaciones internacionales. La soberanía y seguridad alimentarias también son importantes en las ciudades ya que en es en ellas donde vivimos y viviremos la mayor parte de la población mundial.

Se hace necesario fomentar la agricultura urbana en todos los distritos y barrios de las ciudades. Este puede ser un elemento de socialización, educación, activismo o de subsistencia, como ocurre en algunas áreas urbanas del país más rico del mundo, donde estos huertos sirven para combatir los “Food Desert” (desiertos de alimentos frescos). Una relocalización de la producción implica conservar, cuando no recuperar y potenciar la agricultura periurbana.

Es importante que nuestros hijos se acostumbren a ver y cuidar jardines comestibles. Es importante que tomemos conciencia de lo importante de la producción de alimentos a nivel local y la importancia de lo que se obtiene con ello: se limita la pérdida de suelo, su impermeabilización y el gasto en energía fósil relacionado con la producción de alimentos deslocalizada, se fomenta la economía local…, y se disminuyen las huellas ecológica e hídrica de nuestras ciudades.

La estrategia debería ser consensuada y la planificación debería realizarse para el medio y largo plazo. Con medidas que protejan a los pequeños agricultores, porque hace ya tiempo que se constata la destrucción de la agricultura familiar. El número de explotaciones ha descendido (23,2% entre censo y censo 1999/2009) y sigue descendiendo. Así como se constata una grave pérdida de patrimonio cultural, construido, etc…

Parte de las inversiones en  infraestructuras agrarias y modernización de explotaciones debieran ir hacia ellos  y no mayoritariamente al regadío (infraestructuras) e inversiones en maquinaria y otros. Esto es así porque es más fácil, visible y rentable electoralmente, hacer infraestructuras y comprar tractores que dinamizar proyectos de Grupos de Desarrollo Rural con vistas a conseguir un sistema de producción más sostenible y resiliente.  En Andalucía, los niveles de desempleo en los municipios rurales son superiores al 50%. Y se precisa una política activa contra el despoblamiento.  Y también una política estratégica frente al cambio climático y de conservación del patrimonio natural y la biodiversidad. Y estas estrategias se suman.

Todo esto que planteo, implica debatir, convencer y establecer “senderos de transición”. Con Planes de Desarrollo Comarcal participativos basados en el “capital territorial” de cada zona (capital natural + capital construido + capital humano + capital social).