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Tras las manifestaciones, los actos, los conciertos, los reportajes, los mensajes de concienciación sobre el impacto del hombre en el planeta, ¿qué queda?
El pasado sábado 22 de abril se celebraba en todo el mundo un nuevo Día Internacional de la (Madre) Tierra. Designado como tal por Naciones Unidasen 2009 “para recordar que el planeta y sus ecosistemas nos dan la vida y el sustento. Con esta celebración admitimos la responsabilidad colectiva de fomentar la armonía con la naturaleza y la Madre Tierra para alcanzar el equilibrio justo entre las necesidades económicas, sociales y medioambiental de las generaciones presentes y futuras. Este día nos brinda la oportunidad de concienciar a todos los habitantes de planeta acerca de los problemas que afectan a la Tierra y a las diferentes formas de vida que en él se desarrollan”.
Amén. Pero, una vez pasado el día, y con él las manifestaciones, los desfiles, los actos, conciertos, discursos, actividades, etc.; los reportajes en medios de comunicación, los millones de tweets y retweets,…¿Qué queda?¿De verdad sirve de algo dedicar -de boquilla y para la galería- un día al año a la madre Tierra? ¿Ofrece los frutos -nunca mejor traído-, los resultados deseados? O metiendo el dedo en la llaga: ¿sirve para concienciarnos?, ¿qué tengamos siempre presente el recuerdo de lo vitales que para nuestra supervivencia son el planeta y sus ecosistemas?
Lo dudo mucho..
Ya en la segunda década del. s. XIX el reputado, admirado y hasta reverenciado Alexander von Humboldt, en su obra Personal Narrative (1814-1829), explicaba como
Cuando los bosques se destruyen, como han hecho los cultivadores europeos en toda América, con una precipitación imprudente, los manantiales se secan por completo o se vuelven menos abundantes. Los lechos de los ríos, que permanecen secos durante parte del año, se convierten en torrentes cada vez que caen fuertes lluvias en las cumbres. La hierba y el musgo desaparecen de las laderas de las montañas con la maleza, y entonces el agua de lluvia ya no encuentra obstáculo en su camino; y en vez de aumentar poco a poco el nivel de los ríos mediante filtraciones graduales, durante las lluvias abundantes forma surcos en las laderas, arrastra la tierra suelta y forma esas inundaciones repentinas que destruyen el país.
La actividad incesante de grandes comunidades humanas despoja poco a poco la faz de la Tierra.
Apenas veinte años después, Ernest Haeckel, el padre y fundador de la ecología, escribía que los hombres antiguos habían talado los bosques en Oriente Próximo y al hacerlo habían transformado el clima de la región. Con el tiempo en Europa sucederá lo mismo. Los suelos estériles, el cambio climático y el hambre acabarán provocando un éxodo masivo de Europa a tierras más fértiles. Europa y su hipercivilización desaparecerán pronto.
Y sólo una década más tarde, en su obra Man and Nature de 1859, el naturalista estadounidense y padre del movimiento conservacionista, George Perkins Marsh, advertía de los excesos cometidos por el hombre y de los peligros latentes listando numerosos ejemplos, hechos y datos que lo atestiguaban: Lagos, estanques y ríos que antes rebosaban de peces tienen ahora una quietud siniestra. La culpa es de la pesca excesiva, pero también de la contaminación provocada por la industria y las fábricas cuyas sustancias químicas envenenan a los peces. Las presas de los molinos les impiden remontar los ríos. Y el serrín obstruye sus agallas. Cuando París puso de moda los sombreros de seda y los de piel cayeron en desuso, esto repercutió en las diezmadas poblaciones de castores en Canadá, que empezaron a recuperarse. Los agricultores matan gran cantidad de aves para proteger sus cosechas que luego se ven asoladas por enjambres de insectos que antes servían de alimento a los pájaros. Durante las guerras napoleónicas, los lobos habían reaparecido en gran parte de Europa porque los cazadores estaban en los campos de batalla. Hasta los organismos acuáticos más diminutos son esenciales para el equilibrio de la naturaleza: la limpieza excesiva del acueducto de Boston los había eliminado y el agua se había vuelto turbia. Toda la naturaleza está unida por lazos invisibles. El hombre hace mucho que ha olvidado que la Tierra no es para su consumo y explotación: el ganado salvaje es sacrificado sólo por su piel, las avestruces por sus plumas, los elefantes por sus colmillos y las ballenas por su aceite. La irrigación intensiva disminuye el caudal de los grandes ríos y hace que los suelos se vuelvan salinos y estériles. Los seres humanos representan la extinción de los animales y plantas. Si nada cambia el planeta acabará desolado con su superficie destrozada y afectado por excesos climáticos que podrían llegar a conducir a la extinción de la especie humana
Y desde entonces, han sido muchas las (respetadas) voces que han clamado el mismo mensaje - aunque visto lo visto sería más acertado decir que lo han predicado en el desierto-.
¿No deberíamos estar más que concienciados a estas alturas? Y no sólo eso, sino haber tomado, adoptado o incluso impuesto YA medidas en consonancia. Porque nos va en ello la supervivencia.
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