¿Ser o no ser sustentable?
+ Por Ruy Gil, especial para El Observador | elobservador.com.uy
La sustentabilidad nos mueve positivamente a la mayoría, quién podría estar en contra de preservar y mejorar nuestro habitad, sobre todo pensando en las generaciones futuras. Esto la convierte en una poderosa arma, capaz de separar a los buenos de los malos. Podemos decir que la sustentabilidad se ha convertido en una fuente de moralidad.
Que se entienda bien, es plenamente compartible la importancia de la sustentabilidad y de tomar decisiones a su favor. Sin embargo, también es preciso reconocer que se trata de una “usina generadora de energía” y que depende de su encauzamiento cómo y para qué se utiliza.
El primer dilema que enfrenta el término es su propia definición. En estrategia sustentabilidad refiere a la capacidad que tiene un negocio para perpetuarse en forma rentable, protegiéndose de los embates de la competencia. Pero esta no es la definición que mejor se ajusta, sino la que refiere específicamente a los efectos de una actividad humana. En este sentido, las organizaciones internacionales dividen la sustentabilidad en tres áreas; económica, social y ambiental.
En pocas palabras, la sustentabilidad económica se enfoca en la generación de recursos monetarios suficientes para su reinversión. La social refiere a la conservación de la trama de personas y las relaciones que identifican al colectivo. Por último, la ambiental vela por la preservación de la capacidad de producción de los recursos naturales.
En distintos encuentros internacionales se presentan estás áreas como líneas de trabajo, resultando en lo que denominamos “usinas de energía”, puesto concitan consenso y sensibilidad. Sin embargo, más allá de estos eventos, distintos organismos de alcance mundial celebran reuniones de trabajo dónde esta energía se canaliza hacia acciones concretas, y es precisamente allí, donde se juega el verdadero partido cuerpo a cuerpo. He aquí el segundo dilema o desafío; pasar de los enunciados que estamos todos de acuerdo a medidas sensatas.
En ganadería la discusión promovida por los países desarrollados se ha centrado en la emisión de los gases efecto invernadero (GEI), señalando especialmente a los sistemas de producción extensivos. Tal acusación no es compartible, después de todo los efectos sobre el ambiente no sólo tienen que ver con los GEI, también debería considerarse la conservación del suelo, el agua y la biodiversidad. Los propios científicos de estos países han demostrado más de una vez los efectos negativos a mediano y largo plazo sobre el ambiente si solo se tomara el criterio de los GEI.
Ante la propuesta del Parlamento de la Unión Europea para trabajar en políticas que fomenten disminuir la emisión de GEI de la ganadería a través de la intensificación, el progreso genético y la adición de aditivos en la alimentación, ha sido sumamente novedosa e inteligente la posición de Nueva Zelanda. Esta propone que los gobiernos promocionen dietas saludables en su población, ya que además de los efectos beneficiosos sobre salud, disminuye la emisión de los GEI al evitar la “comida chatarra”, puesto en sus procesos de transformación generan incluso más GEI que la propia ganadería.
Finalmente resulta revelador dimensionar de qué estamos hablando cuando la ganadería extensiva es acusada; a los sumo una cuota parte del 14,5% de la emisión de GEI. Entonces, cabe preguntarse cuáles son los planes con el otro 85,5%. Cabe preguntarse qué indicadores se proponen para medir el impacto sobre suelos, aguas y biodiversidad. Cabe preguntarse qué se está haciendo con la sustentabilidad económica en los países que subsidian los factores de producción. Cabe preguntarse qué actitud se toma con la sustentabilidad social en aquellos países donde la producción arrasa con la trama social bajo la excusa de la escala.
Probablemente la mayoría de nosotros estemos convencidos que la sustentabilidad es un deber de esta generación, pero esa misma responsabilidad debería hacernos ocupar tanto de la energía que genera el tema como de su canalización, sino al final del camino podríamos darnos cuenta que esto no se trataba de “ser o no ser sustentable”.
Que se entienda bien, es plenamente compartible la importancia de la sustentabilidad y de tomar decisiones a su favor. Sin embargo, también es preciso reconocer que se trata de una “usina generadora de energía” y que depende de su encauzamiento cómo y para qué se utiliza.
El primer dilema que enfrenta el término es su propia definición. En estrategia sustentabilidad refiere a la capacidad que tiene un negocio para perpetuarse en forma rentable, protegiéndose de los embates de la competencia. Pero esta no es la definición que mejor se ajusta, sino la que refiere específicamente a los efectos de una actividad humana. En este sentido, las organizaciones internacionales dividen la sustentabilidad en tres áreas; económica, social y ambiental.
En pocas palabras, la sustentabilidad económica se enfoca en la generación de recursos monetarios suficientes para su reinversión. La social refiere a la conservación de la trama de personas y las relaciones que identifican al colectivo. Por último, la ambiental vela por la preservación de la capacidad de producción de los recursos naturales.
En distintos encuentros internacionales se presentan estás áreas como líneas de trabajo, resultando en lo que denominamos “usinas de energía”, puesto concitan consenso y sensibilidad. Sin embargo, más allá de estos eventos, distintos organismos de alcance mundial celebran reuniones de trabajo dónde esta energía se canaliza hacia acciones concretas, y es precisamente allí, donde se juega el verdadero partido cuerpo a cuerpo. He aquí el segundo dilema o desafío; pasar de los enunciados que estamos todos de acuerdo a medidas sensatas.
En ganadería la discusión promovida por los países desarrollados se ha centrado en la emisión de los gases efecto invernadero (GEI), señalando especialmente a los sistemas de producción extensivos. Tal acusación no es compartible, después de todo los efectos sobre el ambiente no sólo tienen que ver con los GEI, también debería considerarse la conservación del suelo, el agua y la biodiversidad. Los propios científicos de estos países han demostrado más de una vez los efectos negativos a mediano y largo plazo sobre el ambiente si solo se tomara el criterio de los GEI.
Ante la propuesta del Parlamento de la Unión Europea para trabajar en políticas que fomenten disminuir la emisión de GEI de la ganadería a través de la intensificación, el progreso genético y la adición de aditivos en la alimentación, ha sido sumamente novedosa e inteligente la posición de Nueva Zelanda. Esta propone que los gobiernos promocionen dietas saludables en su población, ya que además de los efectos beneficiosos sobre salud, disminuye la emisión de los GEI al evitar la “comida chatarra”, puesto en sus procesos de transformación generan incluso más GEI que la propia ganadería.
Finalmente resulta revelador dimensionar de qué estamos hablando cuando la ganadería extensiva es acusada; a los sumo una cuota parte del 14,5% de la emisión de GEI. Entonces, cabe preguntarse cuáles son los planes con el otro 85,5%. Cabe preguntarse qué indicadores se proponen para medir el impacto sobre suelos, aguas y biodiversidad. Cabe preguntarse qué se está haciendo con la sustentabilidad económica en los países que subsidian los factores de producción. Cabe preguntarse qué actitud se toma con la sustentabilidad social en aquellos países donde la producción arrasa con la trama social bajo la excusa de la escala.
Probablemente la mayoría de nosotros estemos convencidos que la sustentabilidad es un deber de esta generación, pero esa misma responsabilidad debería hacernos ocupar tanto de la energía que genera el tema como de su canalización, sino al final del camino podríamos darnos cuenta que esto no se trataba de “ser o no ser sustentable”.